lunes, 3 de agosto de 2009

Relato

Se oyó un golpe seco “¡PUM!” y luego silencio. Un silencio sepulcral que helaba la sangre. Alberto se quedó paralizado. No podía creer lo que había hecho. Era incapaz de reconocerse a sí mismo. Se levantó rápidamente, con miedo de sí mismo y se quedó mirando su casa como si fuera la primera vez que. Todo le parecía nuevo; el sofá, la televisión, la mesita, etc. Y justo enfrente suya, tirado en el suelo, al lado del sofá, el cuerpo sin vida de Nico, su mejor amigo. Transcurrieron unos minutos hasta que Alberto reaccionó. Aún se sentía extraño en aquella casa, su casa. Con una mezcla de temor y asombro se miró las manos; estaban ensangrentadas, en su mano derecha portaba un cuchillo, también lleno de sangre. Un gran charco de sangre anegaba prácticamente todo el salón. Alberto se dio cuenta entonces de lo que acababa de hacer. Sin pensárselo dos veces salió de su casa por la puerta de atrás, para que nadie lo viese, y corrió. Corrió todo lo que pudo, hasta que su corazón no se lo permitió más y cayó de bruces al suelo. Sólo entonces se dio cuenta de que aún llevaba el cuchillo en la mano y que estaba lloviendo. Correr le había hecho olvidarse, por un breve instante, de la pesadilla que acababa de vivir.